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domingo, 11 de agosto de 2013

EDUARDO MENDOZA.. La verdad sobre el caso Savolta.

- Mira chico, el proceso es tan simple como todo esto: te haces miembro de un partido, el que sea, y empiezan:  "Paga por aquí, paga por allá, vota esto, vota aquello".  Y luego van y te anuncian: "Ya hemos jodido a los conservadores, ya hemos jodido a los radicales".  Y yo me pregunto, ¿tanto cuento, para qué?  Uno sigue igual, un día y otro día, los precios suben, los sueldos no se mueven. 
Perico Serramadriles siguiendo el vaivén de los acontecimientos se había vuelto revolucionario y quería saquear los conventos y los palacios, del mismo modo que dos años atrás  exigía una intervención armada  para poner fin con hierro y fuego a las huelgas y los alborotos. 

A decir verdad,  la situación del país en aquel año de 1919 era la peor por la que habíamos atravesado jamás. Las fábricas cerraban, el paro aumentaba y los inmigrantes procedentes de los campos abandonados fluían en negras oleadas a una ciudad que apenas podía dar de comer a sus hijos. Los que venían pululaban por las calles, hambrientos y fantasmagóricos, arrastrando sus pobres enseres en exiguos hatillos los menos, con las manos en los bolsillos los más, pidiendo trabajo, asilo,  tabaco y limosna. Los niños enflaquecidos corrían semidesnudos, asaltando a los paseantes;  las prostitutas de todas las edades eran un enjambre patético. Y, naturalmente, los sindicatos y las sociedades de resistencia habían vuelto a desencadenar una trágica marea de huelgas y atentados; los mítines se sucedían en cines, teatros, plazas y calles; las masas asaltaban las tahonas. Los confusos rumores que, procedentes de Europa, daban cuenta de los sucesos de Rusia encendían los ánimos y azuzaban la imaginación de los desheredados. En las paredes aparecían signos nuevos  y el nombre de Lenin se repetía con frecuencia obsesiva. 

Pero los políticos si estaban intranquilos, lo disimulaban. Inflando el globo de la demagogia intentaban atraerse a los desgraciados a su campo con promesas tanto más sangrantes cuanto más generosas.  A falta de pan se derrochaban palabras y las pobres gentes, sin otra cosa que hacer, se alimentaban de vanas esperanzas.  Y bajo aquel tablado de ambiciones, penoso y vocinglero germinaba el odio y fermentaba la violencia.

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