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domingo, 2 de febrero de 2014

MARIO VARGAS LLOSA .- La civilización del espectáculo.

La información audiovisual, fugaz, transeúnte, llamativa, superficial, nos hace ver la historia como ficción, distanciándonos de ella mediante el ocultamiento de las causas, engranajes, contextos y desarrollos de esos sucesos que nos presenta de modo tan vívido. Ésa es una manera de hacernos sentir tan impotentes para cambiar lo que desfila ante nuestros ojos en la pantalla como cuando vemos una película. Ella nos condena  a esa pasiva receptividad, atonía moral y anomia psicológica en que suelen ponernos las ficciones o los programas de consumo masivo cuyo único propósito es entretener.
Es un estado perfectamente lícito, desde luego, y que tiene sus encantos: a todos nos gusta evadirnos de la realidad objetiva en brazos de la fantasía; ésa ha sido, también, desde el principio, una de las funciones de la literatura. Pero irrealizar el presente, mudar en ficción la historia real, desmoviliza al ciudadano, lo  hace sentir eximido de responsabilidad cívica, creer que está fuera de de su alcance intervenir en una historia cuyo guión se halla ya escrito, interpretado y filmado de modo irreversible. Por este camino podemos deslizarnos hacia un mundo sin ciudadanos, de espectadores,  un mundo que, aunque tenga las formas democráticas, habrá llegado a ser aquella sociedad letárgica, de hombres y mujeres resignados, que todas las dictaduras aspiran a implantar. 

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