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lunes, 26 de febrero de 2018

JESUS SÁNCHEZ ADALID - 
En tiempos del papa sirio.

La segunda es esta que describe una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), cuando lo leí no había sentido, ni tenido la necesidad de indagar más, pero luego me he leído un libro que describe varias ECM en España, además he visto películas y varios video-documentales, sobre el tema, que  coinciden  en la descripción.

Pero luego me contó algo que, si yo no supiera que es un hombre incapaz de mentir --y así lo siento de verdad--, pensaría que había enloquecido, o que, después de tanto sufrimiento, su imaginación se había ido por derroteros imposibles... Me refirió que, después de que le aplastaran la mano con el mazo, y del terrible dolor que sintió, perdió la visión de sus ojos y la conciencia. No obstante, notó que era arrastrado de los pies por un pasillo y llevado de esta manera hasta un lugar frío. 
Allí pasó un tiempo indeterminado, en el que sintió que le faltaba la respiración, se ahogaba y su corazón se detenía...

Seguidamente vivió una experiencia que él me transmitió como algo indescriptible. Trataba de explicarlo, pero al punto callaba, se quedaba como abstraído y enseguida volvía a explicarse; tan pronto cobraba serenidad, como parecía excitado al hablarme. Quiero ser fiel a su relato. Visiblemente arrobado, me contó que le abandonó la vida; esta vida presente, porque seguía vivo de algún modo...Y fue elevado, arrebatado como en espíritu, de modo que veía su cuerpo allá abajo, inerte, como ajeno, con su mano destrozada extendida. Pero ya no sentía dolor alguno, ni temor. Y de esta manera atravesó como un túnel oscuro, en el que todo se iba quedando muy atrás; el mundo y la realidad… Más no le importaba, porque estaba en suma serenidad y descanso. Entonces apareció delante de él una hermosa y brillante luz, irradiando una paz y un amor grandísimos. La luz no era solo luz, era mucho más; era un ser confortador, amable y sonriente, que le hablaba sin palabras y mostraba muchas cosas de sí mismo, de la vida que se quedaba atrás y de todo lo que se abría delante. No sabía ni cómo ni cuándo, en aquella especie de camino, aquel ser luminoso le detuvo ante una puerta. Era una puerta hermosa, adornada, y estaba abierta hacia unos campos llenos de colores deconocidos e inimaginables, repletos de jugosa hierba, de flores, de árboles, de fuentes… Y vio una ciudad a lo lejos. Era su propia ciudad, su casa, como la casa de sus padres. Así lo sintió, aunque esa misteriosa percepción era para él inefable. Entonces atravesó la puerta y tuvo un encuentro muy agradable, afectuoso, con hombres y mujeres que ya habían muerto; él sabía que estaban muertos, aunque allí tuvieran vida, belleza y juventud. Se veían alegres y así se lo manifestaban. Le comunicaron ellos muchos secretos y explicaciones que ahora no podía poner en pie…
Pero sabía con pena conciencia que esas revelaciones constituían un todo maravilloso…
Después solo pudo contarme que, en algún momento indeterminado de aquella especie de viaje del alma, sintió que debía regresar, porque algo le decía que le quedaban muchas cosas por hacer en el mundo, en esta vida.  Entonces fue precipitado vertiginosamente hacia su cuerpo yacente. Sintió frío y un dolor terrible. De nuevo estaba aquí. Pero no tenía miedo. Había sido fortalecido y consolado. Así me lo transmitió. 

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