JESUS SÁNCHEZ ADALID -
En tiempos del papa sirio.
En tiempos del papa sirio.
La segunda es esta que describe una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), cuando lo leí no había sentido, ni tenido la necesidad de indagar más, pero luego me he leído un libro que describe varias ECM en España, además he visto películas y varios video-documentales, sobre el tema, que coinciden en la descripción.
Pero luego me contó algo que, si yo no supiera que es un hombre
incapaz de mentir --y así lo siento de verdad--, pensaría que había
enloquecido, o que, después de tanto sufrimiento, su imaginación se había ido
por derroteros imposibles... Me refirió que, después de que le aplastaran la
mano con el mazo, y del terrible dolor que sintió, perdió la visión de sus ojos
y la conciencia. No obstante, notó que era arrastrado de los pies por un
pasillo y llevado de esta manera hasta un lugar frío.
Allí pasó un tiempo indeterminado, en el que sintió que le faltaba
la respiración, se ahogaba y su corazón se detenía...
Seguidamente vivió una experiencia que él me transmitió como algo
indescriptible. Trataba de explicarlo, pero al punto callaba, se quedaba como
abstraído y enseguida volvía a explicarse; tan pronto cobraba serenidad, como
parecía excitado al hablarme. Quiero ser fiel a su relato. Visiblemente
arrobado, me contó que le abandonó la vida; esta vida presente, porque seguía vivo
de algún modo...Y fue elevado, arrebatado como en espíritu, de modo que veía su
cuerpo allá abajo, inerte, como ajeno, con su mano destrozada extendida. Pero
ya no sentía dolor alguno, ni temor. Y de esta manera atravesó como un túnel
oscuro, en el que todo se iba quedando muy atrás; el mundo y la realidad… Más
no le importaba, porque estaba en suma serenidad y descanso. Entonces apareció
delante de él una hermosa y brillante luz, irradiando una paz y un amor
grandísimos. La luz no era solo luz, era mucho más; era un ser confortador,
amable y sonriente, que le hablaba sin palabras y mostraba muchas cosas de sí
mismo, de la vida que se quedaba atrás y de todo lo que se abría delante. No
sabía ni cómo ni cuándo, en aquella especie de camino, aquel ser luminoso le
detuvo ante una puerta. Era una puerta hermosa, adornada, y estaba abierta
hacia unos campos llenos de colores deconocidos e inimaginables, repletos de
jugosa hierba, de flores, de árboles, de fuentes… Y vio una ciudad a lo lejos.
Era su propia ciudad, su casa, como la casa de sus padres. Así lo sintió,
aunque esa misteriosa percepción era para él inefable. Entonces atravesó la
puerta y tuvo un encuentro muy agradable, afectuoso, con hombres y mujeres que
ya habían muerto; él sabía que estaban muertos, aunque allí tuvieran vida,
belleza y juventud. Se veían alegres y así se lo manifestaban. Le comunicaron
ellos muchos secretos y explicaciones que ahora no podía poner en pie…
Pero sabía con pena conciencia que esas revelaciones constituían
un todo maravilloso…
…
Después solo
pudo contarme que, en algún momento indeterminado de aquella especie de viaje
del alma, sintió que debía regresar, porque algo le decía que le quedaban
muchas cosas por hacer en el mundo, en esta vida. Entonces fue precipitado vertiginosamente
hacia su cuerpo yacente. Sintió frío y un dolor terrible. De nuevo estaba aquí.
Pero no tenía miedo. Había sido fortalecido y consolado. Así me lo transmitió.
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