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sábado, 4 de febrero de 2012

LUCÍA ETXEBARRÍA.- El contenido del silencio.

...La angustia flotaba en el aire, en el silencio. Gabriel habitualmente frío y contenido, no podía evitar que una inquietud sorda y cerval le encogiera el estómago. El silencio hervía de movimientos, estaba lleno de sonidos extraños, el murmullo monótono del mar, lejanos ladridos de perros, grillos, el chirrido de alguna cigarra, algo que podría ser el insistente croar de un sapo, agitación de alas, de élitros, de patas de ratón arañando suavemente la madera, el quejido de unos postigos lejanos abriéndose y cerrándose de nuevo en la oscuridad, la noche desgranando una sucesión de notas chirriantes y quejumbrosas...

Desde la habitación de Helena le llegaba un rumor débil y sordo, su respiración trabajosa, sus movimientos en la cama. El olor salino del mar y el de la tierra del jardín se mezclaban con otras fragancias de flores nocturnas, y esos aromas secretos, cálidos, parecían vivos, como si hablaran. ..

La rutina de Gabriel y Helena era fácil. Habían encontrado, quizá el paraíso perdido del que Blake hablaba. ¿Por qué había tenido que ir a buscarlo Cordelia junto a Heidi cuando lo tenía allí mismo, en su casa?.  De noche, Gabriel se quedaba largo tiempo despierto, observando a Helena, sin tocarla, tratando de reprimir inútilmente la respiración agitada, e intentaba percibir en la penunbra, en el rostro levemente iluminado de Helena por la luz de la luna que entraba por la ventana, alguna clave, alguna explicación que nunca hallaba. Se levantaban cuando querían, sin despertador ni horario. Paseaban hasta el mar - al amanecer, el agua atravesaba una gama de colores que iban desde el amarillo pálido al rojo intenso-, se daban un largo baño. Desayunaban después. Solían dar un paseo más tarde, y el mar, de un turquesa luminoso, los acompañaba. A la hora de comer, parecía una esmeralda líquida.